jueves, 13 de mayo de 2010

Crónica Apócrifa del IX Encuentro: el retonno

GRAN FEUDO SOBRE LIAS

Prefacio

Los prejuicios, como el miedo, se basan en gran medida en el desconocimiento. La parte positiva de esto radica en el instante en que descorremos el pestillo y nos aventuramos en ese mundo misterioso. Cómo avanzamos despistados, intentando orientarnos por un cercano relinchar de caballos, siguiendo el olor de fruta caída entre la hierba seca tras la lluvia; olfateando el rechinar de los tablones de los barcos próximos a la costa, que descubrimos tras una loma, en forma de cala de arenas blancas, donde percibimos el sonido de pretéritas pisadas de babuchas. Junto a estas, un cactus, cuyas flores, de un rojo anaranjado profetizan el atardecer, que convierte el horizonte en una línea de temblorosos reflejos dorados, mientras la brisa nos trae un lejano olor de levadura.




Cartelera de Cine

Jungla, exterior, día. Las Garbancitas, un grupo de intrépidas aunque edulcoradas exploradoras (Priscilla Lane, Donna Reed, Betty Grable, etc.) han sido capturadas por una tribu de salvajes que pretenden violarlas y/o comérselas tras un truculento sacrificio ritual. Por el momento esperan angustiadas, confinadas en un cercado construido con la propia broza de la selva, rodeadas por el olor de los elefantes y las frenéticas danzas de los nativos, que, con sus cuerpos pintados de rojo no transmiten una actitud demasiado pacífica. La tensión aumenta hasta que escuchamos el cristalino grito del Gran Mono Blanco (Rosado en este caso), que acude a rescatarlas.

Montaña, interior, día. Galerías de una guarida excavada en la roca, en las que la luz entra oblicuamente por orificios en el techo o en la parte alta de las paredes; podemos ver sus rayos atravesando el humo del incienso, y, en la penumbra, las estáticas figuras de los guardias de rasgados ojos. Ella atraviesa la escena, obnubilando nuestras mentes con su oriental belleza enfundada en un vestido de seda negra sobre el que se dibujan con hilo las flores del manzano, haciéndonos olvidar que se trata de una maldad de doble destilación: la hija de Fu Manchú. Sus elegantes pasos son acompañados por la inquietante armonía de esos sonidos de cuerda que los occidentales no podemos entender. Entonces aparece James Bond, que viene a desbaratar sus planes, aunque eso pasa a un segundo plano, cobrando protagonismo la tensión sexual (no consumada) que surge entre ambos.




Ciudad patata. En los descampados entre los edificios, los charcos reflejan la roja luz del nublado por la tarde. Los bloques de pisos coronan sus azoteas con el símbolo sardinista, pero es mentira, en realidad el poder oculto está en manos de la policía pimiento (rojo), que a su vez obedece las órdenes, aún más ocultas, del cerebro cebolla. En este contexto, nuestro amigo Joseph K se mueve desamparado, sin saber muy bien a donde ir.

Isla, exterior, día (soleado). No se trata de una isla desierta (si acaso algo desértica), sino de una isla abandonada. Las casitas, de abovedadas cubiertas, conservan intacto su reluciente encalado, pero en las calles, hace mucho tiempo que la arena cubrió el pavimento, y sobre esta, crecen los espartos. El silbido del viento hace patente la ausencia que impera en el lugar. Aunque el sol brilla sentimos miedo. Pero Simbad debe superar su miedo, pues está allí para recuperar una poderosa reliquia: el pergamino del mar.

La estética “steam-punk” de esta película de sabor americano podría recordarnos inicialmente a una producción francesa de los 90, pero nos damos cuenta de nuestro error al recordar, como bien sabíamos, que se trata de un remake de la protagonizada por Alfredo Landa, Francisco Rabal y Juan Diego. El nuevo argumento no termina de cuajar, y desde luego no lo salva la aparición de Luke Skywalker.




Texto: Bertoldo Peñavieja

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