lunes, 13 de septiembre de 2010

Crónica Apócrifa del XII Encuentro-Liberalia Uno

Prefacio

La química nunca falla. Y a veces, la alquimia consigue convertir el oro (Charlize Theron incluida) en un enjambre de serpientes de cascabel albinas, que conservan la sinuosidad y sensualidad original. Es un mundo de precisos engranajes de madera; no hay barniz, todo está limpio. A través de ese espacio-autómata orgánico llegamos a una plataforma circular, en cuyo centro un rechoncho cohete dorado despega con su propulsor de algodón. Sin embargo, hay una parte oculta en ese mundo. Lóbregos pasillos de hormigón, con una irregular y casi siempre escasa iluminación cenital, por cuyas sombras se deslizan claqueteantes los cangrejos verdes.





Cuentos

Finales de verano. El caballero azul busca a su amada. Recorre un laberinto blanco bajo un cielo blanco; sin embargo, en la irregularidad azul delos brillos y reflejos de su armadura, la cosa se complica... Aleteo de pegasos en lontananza, y una leve brisa que arrastra al caballero, en apariencia pesado y metálico, como a un ralentizado copo de nieve. Fuera del laberinto, un tren Art-Deco atraviesa la blanca llanura. Un poco más lejos, la sombra del humo nos devuelve a la nostalgia del otoño.





Espacio exterior (exterior, “día”). El asteroide Carrot-157B ha entrado en órbita de colisión; se trata de un alargado cuerpo celeste que en realidad es naranja por el óxido de hierro. Tras una fugaz trayectoria por la atmósfera, el meteorito hace impacto en el lago de los cisnes, produciendo una onda expansiva de esencia de pato. Tras ésta, la calma nos permite ver un perfecto cuerpo ovalado, entre metálico y cristalino, cuyos reflejos y transparencias fluctúan como si un líquido áureo se moviera en su interior. El choque ha alterado la rotación de la Tierra: ahora podemos descansar junto a una discreta tumba del Valle de los Reyes a la luz de un sol de otoño en Dinamarca. Sobre el parqué bañado por la difusa y lateral luz de las ventanas, las bailarinas se desnudan de sus vaporosos y blancos ropajes, y se acurrucan juntas, entre el sopor y una tierna concupiscencia.


Pradera, exterior, ocaso. En el primer instante tras la puesta de sol, todo cuanto hay en la tierra lo percibimos como negras siluetas: la montaña lejana, la hierba, la casa... Una estrella fugaz, nuestras pupilas se van dilatando y empezamos a sentir el murmullo de animales entre la hierba (bisontes, jabalíes, hienas); no sabemos si están realmente ahí o solo es el eco de lo salvaje. La luz sigue disminuyendo, pero aún podemos ver una sombra antropomorfa realizando danzas rituales con una música casi inexistente, y distinguir los signos grabados en las rocas.





Serpientes enamoradas huyen ante el implacable avance de los robots. Por una secreta cañada, lejos del torbellino de la guerra, llegan a un pequeño templo de fresca piedra, blanca y gastada. Allí, entre los olvidados escudos de bronce de los héroes, encuentran refugio; pero la incertidumbre sobre el futuro las acecha. Han hallado la paz, pero ¿por cuanto tiempo?




Texto: Bertoldo Peñavieja

No hay comentarios:

Publicar un comentario