jueves, 7 de octubre de 2010

Crónica Apócrifa del XIII Encuentro: Baltos 2007

Prefacio

Caminamos descalzos sobre el musgo, ese musgo rizado y suave que crece sobre la turba. El cielo amenaza tormenta, y nosotros, como si usáramos un cuchillo, abrimos con nuestra mano una herida en el manto verde del suelo. Atravesamos la oscuridad; llegamos a otro mundo, de cielo también tormentoso, pero rojo. Podemos percibir en el aire el nerviosismo de caballos antropófagos, y, al mismo tiempo, sentir la suntuosidad y voluptuosidad del terciopelo que nos acoge. Verdes mantis en luz tenebrista pasan ante nosotros con inocuas amenazas. Grupos de grillos se arremolinan en cubos que se oxidan en un barco oxidado sobre un acantilado, mientras amanece (por el Este).








Cuentos

Amanece muy despacio en la pradera; pasan horas y no llegamos a ver el sol. Los perritos de la pradera, aún amodorrados, van saliendo de su madriguera, y perezosamente van dando saltitos sobre la hierba, que, mecida por la brisa, transporta un mensaje que amansa a los caballos. Poco antes de que el primer rayo del sol despunte en el horizonte, oímos el silbido de un tren en la lejanía.








Montaña; una montaña como la dibujan los niños: UNA. En ella, el acceso a una oscura y húmeda mina abandonada. La galería desciende en espiral, como un irregular paso de rosca que a veces se abre al hueco central por donde caen los desprendimientos que vemos amarillos por esa luz que siempre está a la vuelta de una esquina inexistente. Hay un trasgo peludo (tal vez un teleñeco) que da “sustos” de vez en cuando. Pero de lo profundo asciende un humo denso que nos anuncia un ser verdaderamente malvado...






Túnel oscuro, a toda velocidad. Una vez detenidos oímos el pausado pero incesante goteo del agua negra (pero limpia) de las profundidades. Ese sonido que casi nos permite ver el brillo, perfectamente blanco, de las ondas concéntricas que cada gota difunde por la superficie de esas charcas subterráneas. Pero lo que ese mantra de líquida pulsación nos revela, nos llena de desasosiego: hemos llegado a percibir un Ente omnipresente que se filtra en la piedra, que es a la vez un monstruo terrible y un animal asustado, una fuerza de la naturaleza y un pliegue de nuestro propio subconsciente, una amenaza latente y una víctima potencial, algo que está ahí fuera, pero que también llevamos dentro...







Tras el incendio, los maltrechos y tiznados hermanos se separan. Sus caminos los llevan por diversos lugares: Bajo una blanca luz cenital, rodeada de oscuridad, dormita el Animal monstruoso (grande), cuyas carnes se amontonan unas contra otras cubiertas de ceniza. Pasillos desiertos de un hospital abandonado, donde el eco de un graznido de cuervo rebota en los azulejos que aún quedan en pie y se mezcla con un lejano olor a humo. Oscuro barco somnoliento, de pesadas y sucias velas, bajo un cielo gris azulado. Sin embargo, como las ramificaciones de metal polvoriento que se extienden entreverando el pétreo suelo, los hermanos vuelven a encontrarse.






Raíles que se retuercen a contraluz (sobre fondo anaranjado) te llevan al valle al otro lado de la montaña. Pájaros negros se posan en los caóticamente alabeados alambres (también a contraluz). La sombra avanza, al igual que los armadillos que se desplazan en fila por el filo del acantilado donde el Golem contempla sentado la puesta de sol.



Texto: Bertoldo Peñavieja

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